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viernes, 17 de febrero de 2017

LOS NAUFRAGOS DEL BATAVIA. Anatomía de una masacre, de Simon Leys

    "Estos macizos veleros de panza redonda, lentos y escasamente maniobrables (respondían mal al timón, y se hacía necesario utilizar todos los recursos del velamen para conseguir hacerlos virar de bordo), se desplazaban a una velocidad media de dos nudos y medio (4,5 km/h). Pero como, en los mercados occidentales de especias, el tiempo era oro, la VOC imponía a todos sus capitanes un itinerario que había perfeccionado la experiencia, y que comportaba ciertos rodeos —pues, a vela, la ruta más rápida raramente coincide con el camino más corto: se trata sobre todo de evitar las zonas de calma chicha y de buscar las regiones en las que se puede contar con vientos constantes y favorables—. Así, tras el cabo de Buena Esperanza (la única escala prevista, para renovar las provisiones de agua y embarcar víveres frescos), en lugar de dirigirse directamente hacia Java pasando por el norte de Madagascar, los navíos descendían primero hacia el sur, casi hasta el límite del océano Antártico, para aprovechar los fuertes vientos del oeste que giran alrededor del globo a partir del paralelo 40 —«los rugientes 40»—. Empujados rápidamente por el viento y la corriente, hacían ruta hacia el este, hasta que consideraban que casi habían alcanzado la longitud del estrecho de la Sonda; llegados a este punto hipotético que nada, en medio de un océano vacío, les permitía situar con certeza, cambiaban de rumbo y, con los vientos alisios del sudeste entonces a favor, navegaban por alta mar, rumbo al norte, para ganar Java, distante aún unas dos mil millas. No obstante, si este cambio de rumbo se producía demasiado tarde —y los errores de cálculo eran frecuentes, pues la fuerza del viento y de la corriente llevaba a algunos navíos a cubrir una distancia a menudo muy superior a aquella que su modesta velocidad aparente habría podido hacer suponer—, las consecuencias eran a veces fatales, pues entonces se veían enfrentados a una de las costas más inhóspitas que existen, la de la Australia occidental, que opone a lo largo de cientos de millas, sin interrupción ni abrigo natural alguno, sus abruptos paredones a la violencia del océano Indico. Todo barco que se acerca de noche a esta tierra, o que se ve empujado hacia ella por una fresca brisa marina, corre el riesgo de no poder alejarse de ella a tiempo; con más razón, esos pesados veleros de aparejo de vela cangreja, incapaces de virar con rapidez, se veían entonces implacablemente arrastrados contra los acantilados. Por eso la consigna de seguridad que la VOC daba a todos sus capitanes era evitar absolutamente las inmediaciones de esa Terra Australis Incognita de perfiles todavía inciertos. Los holandeses, que habían sido los primeros navegantes occidentales en descubrir la existencia de esta costa hostil, no intentaron nunca conocerla mejor, tras llegar enseguida al convencimiento de que no había nada bueno que sacar de ella". 


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