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sábado, 18 de marzo de 2017

SOLIDARIDAD. LA SANGRE Y EL ÁMBAR, de David Torres

 SOLIDARIDAD. LA SANGRE Y EL ÁMBAR, de David Torres 

    "El 17 de diciembre, en Gdynia, ordenaron disparar descargas de fusilería contra una muchedumbre de trabajadores que se dirigía a sus puestos de trabajo. Fue una auténtica matanza que levantó una oleada de protestas en todo el norte de Polonia. El régimen se tambaleó, pero la rebelión todavía no estaba lo bastante madura para dar sus frutos. En 1980, los líderes sindicales acordaron crear un único sindicato nacional llamado Solidarność (Solidaridad), un verdadero ejemplo de asociación dinámica regida mediante estructuras democráticas. Unos meses después contaba con nada menos que ocho millones de afiliados: un tercio de la población adulta del país. Las banderas, las pintadas con las apretujadas letras rojas se convirtieron en parte del paisaje cotidiano de Polonia: una dura espina clavada en la misma garganta del león soviético.
Bajo las altas cruces de acero cayeron las tres primeras víctimas de las revueltas de 1970. Diez años después se convirtió en el lugar de reunión donde empezaban las manifestaciones de Solidarność. Hoy los astilleros de Gdańsk están en bancarrota y su actividad ha sido reducida al mínimo después de que fuesen adquiridos por el vecino astillero de Gdynia. El precio de la libertad, por el que tanto se luchó tras estas vallas, ha sido demasiado alto: los raíles de acero se herrumbran entre las hierbas, las oficinas van perdiendo postigos y ventanas, las grúas alzan inútilmente sus brazos a un cielo encapotado...
El primero de los mapas parece la página inicial con la que se abren todos los tebeos de Astérix: Hungría, Bulgaria, Checoslovaquia, Polonia, Rumanía, Ucrania, Yugoslavia, Letonia, Estonia, Lituania, Bielorrusia, todo un inmenso territorio, desde Albania hasta el mar Báltico, se halla bajo el poder del águila soviética. ¿Todo? No, en la esquina superior del mapa, unos pequeños astilleros resisten la hegemonía del despiadado invasor. El hombre que los conduce, un electricista de treinta y siete años, es un tipo valiente y bajito, al igual que el cabecilla de los galos. Verdaderamente Wałęsa parecía, con su bigote, su sonrisa y sus mofletes, un pequeño y rechoncho Astérix polaco...
—No olvides la tozudez —añadió Aśka—. Wałęsa era terco como él solo. Por eso llegó tan lejos como llegó. Porque era bruto y desconfiado y jamás daba su brazo a torcer. No negociaba nada.
Para Wałęsa una negociación con las autoridades consistía básicamente en dar cabezazos contra la pared. Repetir y repetir las mismas demandas, sin ceder en un solo punto, hasta la saciedad. Lo lógico hubiese sido que se hubiese roto la cabeza, pero el líder de Solidaridad no obedecía a la lógica y además tenía la cabeza demasiado dura. Lo que se rompió fue el Muro. Aquella reedición de la lucha desigual entre David y Goliat llevó de repente a Polonia al centro de los informativos...
El momento en que, desafiando la prohibición de las autoridades, saltó la verja de los astilleros de Gdańsk, mientras una multitud de obreros coreaba el diminutivo de su nombre, es algo así como el paso del Rubicón en la historia contemporánea de Polonia. Todavía puede contemplarse ese momento extraordinario, tal cual sucedió, en la exposición permanente de Solidarność sobre la rebelión de los trabajadores navales. Es una de esas escenas que no parece verdad, que pone los pelos de punta, al igual que esa otra, cuando Wałęsa salió de las oficinas de los astilleros después de la firma y avanzó abriendo un pasillo entre la muchedumbre que gritaba y lloraba de alegría. Son instantes donde se siente el peso inmenso de la Historia gravitando sobre la espalda de un solo hombre, un hombre que da un paso tras otro entre riadas de gente,"

Museo de Solidaridad, en Gdansk

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