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jueves, 1 de junio de 2017

LA MUERTE DE ÓSIP MANDELSTAM. GENTE, AÑOS, VIDA, de Ilya Ehrenburg

LA MUERTE DE ÓSIP MANDELSTAM. GENTE, AÑOS, VIDA, de Ilya Ehrenburg 

    "Nada se le puede reprochar a Mandelstam, excepto eso que constituye la debilidad y la fuerza de cualquier persona: el amor a la vida. «Daría todo por la vida, estoy tan falto de desvelo | que incluso un fósforo basta para darme calor […] | Las pestañas me pican, en el pecho me abrasan las lágrimas. | Presiento, sin temor, esa tormenta que va a venir, que vendrá. | Alguien maravilloso me apremia a olvidar algo. | Me falta el aire y, sin embargo, me muero de ganas de vivir».
    ¿A quién podía estorbar este poeta de cuerpo enclenque con sus versos cuya música puebla las noches? A comienzos de 1952 recibí la visita del agrónomo de Briansk V. Merkúlov, quien me contó que Ósip Emílievich había muerto en 1938, a diez mil kilómetros de su ciudad natal; enfermo, junto a una hoguera, recitaba sonetos de Petrarca. Sí, a Ósip Emílievich le daba miedo beber un vaso de agua sin hervir, pero en él habitaba un coraje auténtico que le acompañó durante toda la vida, hasta el momento en que recitó los sonetos junto a la hoguera de un campo…
    En 1936 escribía: «No devolveré a la tierra mis prestadas cenizas en forma de blanca mariposa enharinada. Quiero que mi cuerpo pensante se convierta en calle, en país; este cuerpo vertebrado, carbonizado, que ha tomado conciencia de su longitud». Sus versos han perdurado, los oigo, también los otros los oyen. Caminamos por una calle donde juegan niños. Con toda probabilidad, esto es lo que en momentos solemnes llamamos «inmortalidad».
    Pero en mi memoria he conservado a Ósip Emílievich vivo, ese hombre amable, inquieto y atareado. Nos abrazamos tres veces cuando vino corriendo a despedirse: ¡por fin conseguía marcharse de Koktebel! Pensé entonces: «Quién puede saber, al oír la palabra despedida, cuán larga será la que a nosotros nos aguarda»."

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