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viernes, 23 de junio de 2017

PABLO NERUDA. GENTE, AÑOS, VIDA, de Ilya Ehrenburg

PABLO NERUDA. GENTE, AÑOS, VIDA, de Ilya Ehrenburg 

    "Se dice, y comparto la opinión, que Neruda parece una escultura de Buda esculpida en una piedra inca (los dioses incas, sin embargo, eran crueles, mientras que Pablo es buena persona). Su biografía estaba plagada de vivencias tumultuosas, pero disfruta y siempre ha disfrutado del ambiente relajado, de una conversación sobre lo humano y lo divino. Da la impresión de ser un buda flemático, incluso perezoso, pero ha escrito muchísimo. Varios de sus poemas son fragorosos, pero Pablo habla en voz baja; su tono no es el de un tribuno sino el de un niño ofendido. Su amigo Baltasar Castro, diputado chileno, suele explicar una anécdota sobre él. Al principio de su amistad, Neruda le telefoneó para informarle de que un asunto molesto se había resuelto felizmente. La voz, que parecía llegar de muy lejos, anunció con tono apesadumbrado: «¡Hemos vencido, Baltasar!».
    Neruda es un coleccionista apasionado, recoge todo tipo de objetos, pero sobre todo enormes esculturas de madera, proas de los barcos de vela y diminutas conchas marinas. En su casa de Isla Negra, a la orilla del Pacífico, se ven brújulas antiguas, relojes de arena, cartas náuticas. Cuando el poeta chino I Chin estuvo en su casa, le preguntó si se consideraba un capitán o un marinero. Pablo respondió: «Soy capitán, pero mi nave está hundida». Era una licencia poética: nunca he visto el barco de Neruda en peligro de hundirse, ni siquiera ir a la deriva. En un museo de China, a Pablo le cautivó una pequeña concha que no tenía en su colección. Habló tanto de ella que consiguió que los cordiales anfitriones se la regalaran. Con voz triste, pero con una sonrisa feliz, Pablo me habló durante dos horas del valor de aquella concha. En China, en las tiendas de juguetes, compraba tigres de cartón. Los tigres tenían un aspecto terriblemente feroz, pero era imposible mirarlos sin sonreír. (Entonces no sabíamos que, diez años más tarde, los chinos llamarían «tigres de papel» a los imperialistas estadounidenses).
    Neruda es extraordinariamente sociable. En Praga, a cualquier hora que fuera a verlo, había en su habitación gente sentada o de pie: comunistas chilenos, poetas checos y periodistas de todas las nacionalidades. En Santiago, Liuba y yo nos instalamos en su casa, y teníamos la impresión de vivir en una plaza. Una vez quise cambiarme de ropa durante el día pero tuve que desistir: en la habitación había un continuo ir y venir de las admiradoras de la poesía de Neruda. Cada día, comían con él quince o veinte personas. Una vez me preguntó en voz baja: «¿Sabes quién es ese tipo que está allá al final, a tu izquierda?».
(...)
    Pablo se lanzó de nuevo al mar de la vida. Para explicar cómo había conseguido soportar la amargura de ciertas desilusiones, Pablo dijo que, cuando se hundían los barcos, él cogía de nuevo el hacha, puesto que es un constructor de barcos: «Mi religión eran aquellas naves. || No tengo más remedio que vivir».
    He escrito tanto sobre el trágico destino de algunos escritores y pintores que no podía dejar de mencionar, aunque en tono jovial, a un gran poeta feliz. Como es natural, Neruda pasó por momentos de desesperación y desengaño, pero nunca renunció a la vida ni la vida renunció a él. Plantó cara a los poderosos del mundo, se hizo comunista, y se granjeó así amigos y enemigos, pero sólo ha recibido las injurias de estos últimos, nunca ha sabido lo que significa sufrir los insultos de los tuyos. Siempre ha escrito de lo que ha querido y cómo ha querido. Cuando estaba traduciendo uno de sus poemas, me encontré con una imagen que no entendí. Le pregunté: «Pablo, ¿por qué los indios son azules?». Me explicó largo y tendido que había visto indios al anochecer, a la orilla de un lago, y parecían azulados. «Pero en el poema no hay nada de eso». «Tienes razón…, pero prefiero que sigan siendo azules». La razón, como es natural, la tenía él.
    Se podría decir que la suerte siempre ha estado y continúa estando de su parte. Esto no explica nada. Neruda nunca escogió el camino fácil. Cuando las personas a su alrededor caían, lloraban y maldecían su destino, él no veía la bajeza sino la generosidad, no las bardanas sino las rosas: así estaban hechos sus ojos y su corazón."

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