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martes, 5 de diciembre de 2017

LA RUSIA DEL FUTURO. GENTE, AÑOS, VIDA, de Ilya Ehrenburg

LA RUSIA DEL FUTURO. GENTE, AÑOS, VIDA, de Ilya Ehrenburg 

    "Todo el mundo quería saberlo todo. Existen muchos libros que describen cómo se toman al asalto las fortificaciones, los cuarteles, las fortalezas. Por aquel entonces el pueblo tomaba al asalto los conocimientos. Mujeres viejas pasaban el rato inclinadas sobre los silabarios. Los manuales de texto llegaron a ser tan escasos como los incunables. Las instituciones de enseñanza superior estaban atestadas de jóvenes entusiastas. Era imposible entrar en una sala de conferencias; el auditorio del Museo Politécnico estaba hasta la bandera: era como tratar de subirse a un tranvía desvencijado. Se bombardeaba a los conferenciantes con preguntas formuladas por escrito. La gente pedía información sobre las huelgas en Westfalia, sobre la teoría de los reflejos de Pávlov, el suprematismo, la lucha por el petróleo, la eugenesia, las rimas de Maiakovski, la teoría de la relatividad, las fábricas Ford, la posibilidad de vencer a la muerte y un sinfín de temas.

    El camarada Adán consiguió carbón y empezaron a caldear el Kniazhi Dvor. Por la noche recibíamos en nuestra habitación a algunos amigos. Casi cada noche venía B. L. Pasternak, que vivía en la casa de al lado. Discutíamos acerca del devenir de los acontecimientos mundiales, la lucha entre futuristas e imaginistas, la pintura de Rozánova y Altman, los montajes escénicos de Meyerhold: queríamos pasar una página de la historia.

    Con frecuencia me sentía confundido y me contradecía. Me entusiasmaban las ciudades del futuro, que se asemejarían a los diseños de Tatlin, pero en calidad de Pablo Saúlovich escribí: «Diviso una ciudad terrible, una colmena, celdas de cristal y acero sin rostro y, en las calles ruidosas, carnavales como desfiles militares. Por los solares se alargarán las sombras de las espirales de tiempos venideros. El yugo de las ecuaciones meditadas y el hormigón de un nuevo paraíso».

  Entre los montones de nieve de los callejones moscovitas, vestido con mi pelliza teñida parcialmente con betún, tenía la férrea seguridad de que todos esos proyectos se harían realidad y que una nueva y extraordinaria ciudad se levantaría en el lugar de las casitas torcidas de madera, que tan bien conocía desde la infancia. De haber tenido diez años menos, habría reído entusiasmado; pero hijo de 1891, representante ordinario de la intelligentsia de la Rusia prerrevolucionaria, puesto que recordaba desde la infancia las palabras de Korolenko de que «el hombre está hecho para la felicidad como las aves están hechas para volar», a menudo me sentía atormentado por las especulaciones sobre cómo sería la vida del hombre en las ciudades del futuro.

    En mi interior luchaban lo patético y la ironía, la fe y la lógica. Una vez me encontré a un huésped belga en la tercera residencia comunal del Comisariado del Pueblo de Asuntos Exteriores. Me habló del lamentable estado de nuestro transporte y las ventajas de una constitución garantista. Contesté con vehemencia que el mundo burgués estaba condenado, que un bautizo humilde era mucho más apetecible que un opulento funeral. Me llamó fanático. Pero, a decir verdad, no me parecía en nada al chico de dieciséis años que se había reído de Nadia Lvova porque admiraba los versos de Blok. Muchas cosas me preocupaban e incluso me causaban indignación: la tendencia a la simplificación, la intolerancia, el desdén por la cultura del pasado, la frase que oía con mucha frecuencia: «¿A qué viene toda esta cháchara? Todo está claro». Pero ahora sabía que la historia no se hace por arte de magia, ni como uno quiere, ni como en las hermosas novelas decimonónicas. Sabía que mi destino estaba íntimamente ligado al destino de la nueva Rusia."

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